La violencia presenta rasgos de una enfermedad contagiosa. La violencia se naturaliza en las comunidades y se propaga. Lamentablemente, a diario, vemos ejemplos de violencia en sus distintas formas. En San José, estamos atravesando tiempos violentos y en su máxima expresión: con resultado de muerte. Obvio que violencia es un golpe, un grito, pero también un gesto, un comentario y hasta una opinión. Una mentira, también puede ser percibida como violencia. Obvio, que se trata de diferentes grados, en unos se mide por la percepción emotiva de la víctima, en otros directamente, por la afectación física. La violencia es fácilmente medible por sus resultados, y cuando un acto violento tiene la muerte como consecuencia, resulta curioso observar algunas cosas que han ocurrido en el departamento durante los últimos tiempos. Debemos reflexionar. Un individuo de 28 años fue salvajemente mutilado y su cuerpo abandonado a la intemperie dentro de la ciudad. Ese inusual homicidio no se aclaró. Dos ancianos, en distantes puntos del departamento, fueron ultimados en sus fincas rurales. Uno de los casos se aclaró, el otro permanece sin resolución. Después, una mujer fue ejecutada al salir de su trabajo; en plena calle un rapiñero le disparó. Más tarde una anciana es asesinada a golpes en zona rural. Su caso tampoco se aclaró. Otra anciana, que aparentemente murió de forma natural, fue enterrada en el patio de su casa, a pocas cuadras del centro maragato. Después otra mujer fue encontrada muerta en el patio de su establecimiento con un golpe mortal en la cabeza. Se descubrió que fue el propio esposo quien le asestó el fatal golpe. ¿cambia en algo las circunstancias de una y otra muerte, al momento de percibir inseguridad por preocupación, angustia o temor?. En estos casos tenemos situaciones absolutamente diferentes, pero sin embargo, todas tienen en común la violencia, que jaquean la convivencia social. No es política. No importa quien gobierne y quien sea oposición. El único rasgo de corte político, está señalado, por los reclamos para revertir la situación y los destinatarios de esas acciones preventivas o represivas. Sin embargo en estos últimos días hemos asistido a expresiones que denotan la mediocridad de algunos y la miopía de otros. Un dirigente político aprovechó el esclarecimiento del último homicidio, para fustigar a quienes reaccionaron reclamando por la inseguridad. Atribuyó intencionalidades políticas a la preocupación ante una nueva muerte, que estaba aún sin aclarar. Claro, opinó públicamente con esta mezquindad después que supo que el autor del homicidio, había sido el propio esposo de la víctima. No es el primer disparate de este individuo del submundillo político local. La liviandad y desfachatez de su opinión, no sería tal si el caso no se hubiese aclarado. Pareciera que la violencia social, y las sensaciones que provoca, dependieran de quién es el homicida. Pero también es sorprendente leer editoriales que con el título de “No es lo mismo”, pretenden diferenciar la muerte en una rapiña o la muerte en el seno de un hogar. “No se puede mezclar este último asesinato con los previos y no se puede atribuir las causas de este último al problema genérico de la ‘inseguridad’”, dice la editorial. De los seis homicidios mencionados en esta nota, solo tres fueron aclarados; el otro 50% siguen sin esclarecer. ¿Cambiaría en algo si se descubriese que todas las muertes fueron productos de cuestiones familiares y no por acción directa de delincuentes?. Existe la posibilidad de que ante la ocurrencia de homicidios que siguen sin resolver, alguna cabecita pueda pensar que comete un asesinato en el seno de su hogar y quede en ese limbo de sospecha de un intento de robo. No sería la primera vez que ocurre algo así. La muerte es muerte y un homicidio es homicidio, sin importar la afinidad del asesino sobre su víctima; esas son cuestiones de neto corte jurídico al momento de tipificar la muerte, nada tiene que ver con la percepción de la sociedad. Plantear que hay diferentes tipos de asesinatos, es un error garrafal, sobre todo si se pretende justificar o descalificar, la sensación que atribula a una comunidad. La seguridad o la inseguridad, así como el frío y el calor, son sensaciones. Su percepción no es caprichosa y responde a un cúmulo de factores y entre ellas, el contexto es clave. No es admisible, al menos con seriedad, desacreditar una reacción espontánea y legítima de la población, ante un episodio de violencia, y mucho menos aún hacerse el justo y equilibrado ya con las cartas vistas. Ese tipo de opiniones, por lo menos, son una clara muestra de desconocimiento del humor social y en casos más graves, un intento infantil de desviar la atención de los cuestionamientos políticos que pueden surgir en medio de la impotencia ante la violencia. Lo que diga un desatinado actor político, es anecdótico, pero que lo plantee un medio de comunicación, es verdaderamente preocupante; aunque quizá solo sea un síntoma más de estos tempos esquizofrénicos que nos tocan vivir. Sería bueno que los medios de comunicación informaran y opinaran, sobre los homicidios sin resolver, el accionar policial, la falta de prevención y el deterioro social que provoca cualquier expresión delictiva por simple o grave que sea. Más que ser obsecuente y complaciente de un Jefe de Policía o un Ministro,o un actor político, habría que exigirle soluciones y no defender sus excusas. Más que hablar de periodismo, hay que hacer periodismo. Ojalá que el sentido común y el profesionalismo, también fueran contagiosos. La violencia está, tristemente, en todas partes. Si un homicidio o un hurto se publica en las “páginas policiales”, pero una batalla campal en un partido de fútbol se confina a las “páginas de deportes”, también es una demostración del poco criterio a la hora de informar. La violencia es violencia y todas sus expresiones terminan afectando a la sociedad; su impacto se acumula para generar miedo, desazón e impotencia. La violencia puede explotar en el patio de una casa, en el mostrador de un comercio, en una cancha de fútbol, o en una opinión irresponsable; las víctimas no piden ser agredidas, ni en su cuerpo, ni en sus emociones, ni en su inteligencia. ¿Qué opinan…?
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