Existe un cuento que hace doscientos años viene recorriendo el mundo, con diferentes versiones y adaptaciones. El eje central de este cuento es una conveniente mentira que se repite sin cuestionamientos, por miedo, por temor o por pura alcahuetería. En esa historia, se prefiere compartir la mentira en vez de confrontar con la realidad y desenmascarar a los corruptos que con estratagemas se adueñan del dinero del reino. La historia cuenta como un par de embaucadores convencieron a un Rey de poder confeccionarle un traje único, que solo podría ser admirado por gente inteligente. Los tontos no podrían verlo. Aquel Rey dispuso que se le entregaran los recursos que necesitaran, así el dinero del reino fue puesto a disposición de estos presuntos “magníficos costureros”. Un buen día el Rey envió a su emisario para ver cómo iba la confección del insólito traje. Al llegar el acólito del Rey, los embaucadores hacían mímicas como si estuvieran trabajando en la confección. El enviado del monarca, prefirió mentir y alabar el imaginario vestido, antes de admitir que no era inteligente. Así volvió ante el trono del rey para contar la “maravillosa obra” que realizaban los costureros.
El rumor sobre el “extraordinario traje” comenzó a circular entre el pueblo. El Rey ansioso por ver su formidable traje, fue al taller de los costureros. Los embaucadores le recibieron con los brazos al aire, como si sostuvieran el vestuario y describían al Rey sus “magníficos detalles”. El Rey no veía nada, pero ante el riesgo de ser señalado como un tonto, sin dudarlo expresó su beneplácito por el nuevo traje. Así, con la ansiedad general se organizó un desfile por las calles para que el Rey pudiera mostrar al pueblo su nueva indumentaria. Nadie quería ser considerado un tonto, por lo tanto masivamente, al paso del Rey, se lanzaban loas al novedoso traje. La farsa se comenzó a desvanecer cuando un pequeño niño, extendió su brazo y señalando al monarca, dijo lo que todo el mundo sabía pero nadie decía: “El Rey está desnudo”. El murmullo, fue barrullo y después escándalo en las calles. Efectivamente el Rey estaba desnudo, y hasta el propio monarca se dio cuenta de la conveniente mentira que todos se creyeron. Al final, pretendiendo ser “inteligentes” todos repitieron una mentira, sin darse cuenta, que en realidad los corruptos embaucadores se carcajeaban disfrutando del dinero mal habido y por la evidente estupidez colectiva que se escondía en la soberbia individual. Todos, prefirieron mentir y mentirse, con tal de no caer en la desgracia del monarca y ser considerados parias.
En estos tiempos, el reino es San José. Los “embaucadores costureros” están encaramados cerca del poder y lo más preocupante de todo… Falero está desnudo.
No existe ese niño que descubra la mentira… la mentira la conocemos todos, pero por comodidad, conveniencia o por alcahuetería, preferimos silenciar al niño que tenemos dentro. El traje que Falero viste, muestra coloridos festones de “buena administración”, con ampulosos detalles de “excelente gestión”, recargado de “obras importantes” y “gasto controlado”, con esmeradas puntadas de “números en rojo”, reforzados con “préstamos y fideicomisos”…el traje parece sólido, quizás por la falta de “transparencia”. El vestuario parece ser magnífico, pero en realidad nada de eso existe y Falero se pasea desnudo. La pregunta es simple… ¿hasta cuándo?
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