El próximo 12 de abril se cumplirán 6 años de la partida de un extraño personaje que alcanzó el reconocimiento de sus pares sólo al final de su vida. Este checoslovaco, nacido en la pequeña aldea de Nětčice, hijo de sastre, estudió en la Escuela de Bellas Artes de Praga, ciudad que por si misma, ya es una bella obra de arte. Prometía ser un buen pintor de estilo modernista con reminiscencias de Josef Čapek.
Cuentan que por 1948 las autoridades comunistas de la época sustituyeron a las bellas modelos checas que posaban para los estudiantes, por rudos obreros proletarios en traje de fajina. Nuestro estudiante de 22 años -de nombre Miroslav Tichý– abandonó para siempre la escuela. Quizás este suceso fue el que lo alejó de los planteamientos artísticos del progresismo comunista, aunque no termina de quedar claro si fue una postura política o sólo una decisión estética, pero todo apunta a lo segundo. Es que a Tichý le fascinaba el cuerpo femenino, el amaba a las mujeres.
Cumplido el servicio militar obligatorio, al rebelde pintor se le empiezan a cerrar las puertas. Vivió algunos años en una modesta pensión de Kyjov con sus padres y en esa época pinta y dibuja para si mismo y a su estilo. Las autoridades comunistas lo perciben como un disidente y la policía checa lo acosa, y es entonces que Tichý comienza a recorrer prisiones y manicomios.
El se consideraba pintor, un pintor obsesionado por las mujeres, pero su pintura no le interesa a nadie. La década de los ’60 lo encuentra entre la mugre y la miseria -a la que ya se había acostumbrado-, recorriendo las calles de Kyjov y es por esos años que Miroslav construye con desperdicios su primera cámara fotográfica. Era intencionalmente imperfecta.
En 1968 Checoslovaquia es ocupada por tropas soviéticas y la propiedad privada, nacionalizada. En 1972, Tichý fue desalojado de su estudio y su trabajo arrojado a la calle. El dejó de dibujar y pintar y se concentró sólo en la fotografía, trabajando en las precarias condiciones de su modesto hogar. De ésta transición, él dijo: «Las pinturas ya estaban pintadas, los dibujos dibujados, ¿qué se suponía que debía hacer ?, buscaba nuevos medios, con la ayuda de la fotografía, vi todo bajo una nueva luz. Era un mundo nuevo. »
Siempre fotografiando mujeres, al modo de un voyeur, caras, colas, cuerpos enteros, muslos, fragmentos… la mujer lo obsesionaba y la gente lo toleraba, simplemente porque pensaban que estaba loco. 80 o 90 fotos al día, que luego revelaba en su hogar sobre los más diversos y precarios materiales.
Sus teleobjetivos caseros le permitían trabajar a distancia de sus «modelos» y pasar desapercibido. Andaba por las calles, por la estación de ómnibus, la plaza principal, el parque frente a la piscina pública de la ciudad, robando tomas íntimas de las mujeres de Kyjov. Aunque no se le permitió entrar en la piscina, podía fotografiar sin ser molestado a través del tejido de alambre que la rodeaba. Ésta cerca aparece a menudo en sus fotos, y su presencia le agrega un sabor a «fruta prohibida».
Tichý hacía las fotos para él. Dicen que sus negativos sólo se imprimieron una vez cada uno. Técnicamente podrían considerarse un horror. Desenfocadas, sub-expuestas, sobre-expuestas, manchadas por la mugre en las lentes o por el descuido en su precario cuarto oscuro. A esto el respondía: «Un error, eso es lo que hace la poesía».
Hizo sus cámaras a mano con materiales de deshecho. Madera contrachapada sellada de la luz con asfalto la calle, un obturador de mader con una ventana cortada a través, operado por un sistema de polea de carretes de hilo y elástico de modista. Sus teleobjetivos -también caseros- eran construidos de tubos de cartón o tubos de plástico. Fabricó sus propias lentes con cortes de acrílico, lijándolos y luego puliendo con una mezcla de pasta de dientes y cenizas de cigarrillo. Su ampliadora combinaba chapa, dos listones de madera, una bombilla y una lata.
Componía a mano, o mejor dicho a tijera y retocaba las imágenes a lápiz. Si una foto le gustaba particularmente, entonces la pegaba sobre un cartón u otro papel para que no se deteriorara rápidamente. Tampoco llevaba un catálogo, ni fechaba sus fotos. Cuando imprimía una imágen, todos los restos se amontonaban y echaban a perder entre la mugre y el desorden.
Ya en los 2000 y al final de su vida, el artista vagabundo es finalmente reconocido, pero esa es otra historia. El New York Times describió su obra como una «extraña fusión de erotismo y paranoia, inquietate y fascinante».
FOTOS DE TICHÝ
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