En varias oportunidades grupos de periodistas han llegado a la base del Batallón Uruguay en Misión de Paz. La ciudad de Goma en el noroeste de la República Democrática del Congo, alberga al “UruBatt”, que vendría a ser el cuartel general de las operaciones uruguayas en ese sufrido país africano. La base de Uruguay es como una pequeña ciudad amurallada, cuyo orden iluminación, limpieza y tranquilidad contrasta fuertemente con la caótica ciudad. Los visitantes, en este caso periodistas, son cobijados e informados de las diversas actividades que se desarrollan. La rutina establecida siempre consistió en hacer esporádicas salidas para visitar escuelas y orfanatos de la ciudad de Goma que son asistidos por los soldados uruguayos. A su regreso al país todos vamos conociendo las notas y entrevistas realizadas a los militares que cumplen esta función.
Pero esta vez fue diferente, los militares del Ejército uruguayo en Congo decidieron que por primera vez en Misión de Paz, los visitantes no solo recogieran testimonios de las operaciones, sino que las vivieran en carne propia. Esta vez fue distinto, muy distinto a las anteriores visitas de periodistas. Esta vez se procuró que los periodistas vivieran la experiencia diaria de los soldados; la angustia cotidiana que genera la tensión por el riesgo a ser atacados, la incertidumbre de incursionar en zonas donde la hostilidad está latente, donde el peligro es inminente. También se procuró que estas visitas oficiales, sufrieran las vicisitudes de cada traslado. La natural crispación en un patrullaje a pie, en la oscuridad de la noche o en la claridad reveladora de una zona roja. Hermosísimos paisajes cargados de densa cautela.
Un agotador y obstaculizado viaje desde Montevideo a Ruanda. En medio, después de cruzar el interminable Océano Atlántico se hizo una parada en Costa de Marfil para aprovisionarse de combustible y cambiar la tripulación. Encerrados durante cuatro horas dentro del avión de Ethiopan Airlines, sin tener permitido bajar de a nave, el calor de 220 cuerpos, la ansiedad por llegar de igual cantidad de almas, se transformó en una sutil tortura a la paciencia. En el lluvioso amanecer de aterrizaje en Ruanda, la hosquedad y prepotencia ruandesa, nos entregaron a manos cálidas de los soldados uruguayos que nos dieron las primeras líneas de la tierra extraña que nos esperaba al cruzar la frontera hacia el Congo.
Ya habíamos recorrido 24 horas de viaje, por surcar casi 9.000 kilómetros. Comenzó el viaje por tierra en un cómodo micro, que más tarde extrañaríamos hasta el lamento explícito. Pero todavía faltaban sorpresas. Tras sellar los pasaportes, la República Democrática del Congo nos demoró – solo a los periodistas – por estar preocupados por las informaciones que contáramos sobre le país de los gorilas. Los funcionarios aduaneros africanos, al reconocernos como hispanohablantes, nos regalaron su versión de “Despacito” de Luis Fonzi. Por supuesto que los nombres de Cavani, Suárez y Forlán, estuvieron presentes como moderna seña identitaria de nuestra nacionalidad de “mosungos” (blancos). Tras tensas gestiones de militares uruguayos y funcionarios de ONU, nos dejaron entrar al país congoleño. Hasta ahí, creíamos estar cansados, pero el límite estaba lejos. Atrás dejamos las formidables calles y rutas de Ruanda, para entrar de lleno en tierra de desidia, precariedad y abandono.
Ese país, su cultura, sus paisajes, su gente, sus riquezas, su vida diaria, sus problemas… es como una gigantesca Montaña rusa de colores, sensaciones y realidades. Tanto te arranca una carcajada estruendosa, como lágrimas imparables. Tanto te envuelve en un bullicio ensordecedor, como te embarga un silencio sobrecogedor. Tanto te encandila un sol radiante sobre la tierra roja, como te ciega el negro polvillo del volcán. Tanto te parte el pecho la sonrisa de un niño, como te nubla la adusta mirada desconfiada de un adulto.
Los invito a esa Montaña Rusa y trataré de ir contando todo lo maravillosamente lindo que viví y los angustiantemente feo que presencié. Con esta nota empiezan mis Crónicas del Congo… ojala pueda transmitir en letras, lo que experimenté en el reino de los gorilas… Ojalá les guste.
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